miércoles, 17 de septiembre de 2008

Estudios frustrados y gastos extras

También mis estudios acabaron de forma rápida. Después de aprobar el ingreso de bachiller me matricularon de primero. En el pueblo había pocas posibilidades de hacerlo en la escuela nacional y había que hacerlo en las clases de Don Julián, pero pagando. Puedo asegurar que me dedicaba en cuerpo y alma a estudiar y hacer los deberes cada día porque en casa hacían un esfuerzo para hacer frente a las 40 pesetas que costaban las clases. Tuve que dejarlas por falta de dinero.

Desde septiembre a las vacaciones de Navidad, las cosas fueron bien. Mi padre decía que guardaría una parte de la paga extra para poder pagar el curso entero. Pero el hombre propone... y ya sabéis el resto. Mi madre se puso enferma de gripe, y algo que para los demás era fácil de superar, para ella fue el principio del fin. Una mañana apareció con la mitad derecha de todo el cuerpo paralizada y perdió hasta la facultad de hablar, y parte de la memoria, concretamente la que correspondía a la facultad de leer y escribir.

Llevarla al hospital de la Facultad de Medicina de Zaragoza lo mismo que habían hecho unos años antes, ya que era el único hospital que había cerca, tal y como estaba mi madre era imposible. Por eso, el médico del pueblo le pidió a mi padre que trajese a casa un cardiólogo porque aquello le sobre pasaba. Eso se llamaba traer «una consulta» y significaba que el cardiólogo cobraba su minuta, y la mitad de lo que él cobrara era lo se le tenía que pagar al médico del pueblo.

De esa forma se fueron los dineros de la paga extra de ese año y el resto de las pagas extras de los años sucesivos. Las consultas fueron constantes y los cambios de medicación eran el pan nuestro de cada día. Menos mal que el farmacéutico del pueblo era buena gente, y hubiera o no hubiera dinero en casa, a mi madre no le dejó de traer las medicinas que le recetaban, medicinas que mi padre le pagaba religiosamente en julio y en diciembre con las extras.

Con lo que ahora se critica a la Seguridad Social... ¡Cuánto hubiéramos tenido de paz y tranquilidad si hubiese existido entonces! Por no haber, no había ni ambulancias gratuitas para el traslado de enfermos graves y el peso de cualquier enfermedad era totalmente a cargo de la familia. En nuestra casa todavía quedaba el recurso de las pagas extras, pero otras familias que ganaban a la semana menos de 100 pesetas, sin ninguna duda lo pasaban peor y en los casos graves se moría la gente sin poder hacer nada para evitarlo.

Y si eso pasaba con los mayores, imaginad lo que pasaba con los niños. En un pueblo pequeño como el mío no era extraño que dos veces o más al mes, las campañas de la iglesia tocasen a gloria. Y... ¡menuda gloria! Tocaban a gloria porque había muerto un niño. La mortalidad infantil no era solamente porque no se había inventado la penicilina, era porque pagar un taxi hasta Calatayud y pagar a un pediatra era una cantidad de dinero que ni en sueños habían visto algunas familias. El consuelo que les quedaba era que iban derechitos al cielo. Ya veis que consuelo.

La tan ansiada Seguridad social no llegó hasta el 48. Además de ser las medicinas gratuitas habilitaron una clínica privada de Calatayud, la del Dr. del Río, como «Clínica de la Seguridad Social gratuita» y no había en ella más de 20 habitaciones para toda la comarca. A partir de entonces murió menos gente del llamado “cólico miserere” que no era otra cosa que una sencilla apendicitis.

Por esas fechas llegó a mi pueblo otro médico, que era el encargado de los asuntos de la S.S., Don Emiliano. También era uno de los que habían sido degradados por el franquismo por sus ideas políticas. Era otorrinolaringólogo y había hecho su especialidad, como decía muy claro el título que había en su casa, en la Universidad de la Sorbona de París. Al menos algo ganó el pueblo con su llegada.

Contra miserias como esas tuvimos que convivir los que tuvimos la desgracia de nacer en los años de la guerra, convivir y luchar, pero ya desde el principio. Os aseguro que ninguno de nosotros hemos olvidado nada.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Perdonar y olvidar

Llevo muchos días sin escribir pero no ha sido por pereza. Han sucedido cosas que me han hecho pensar mucho, posiblemente demasiado. Esto tiene y no tiene nada que ver con mis recuerdos, pero ha alterado el orden de mis ideas.

El día 11 de este mes de agosto de 2008 falleció la mujer de mi padre, que era a la vez mi tía. Falleció en la residencia en la que estaba internada desde hacía 5 años, la Residencia Virgen de la Peña de Calatayud, regentada por las Hermanitas de los ancianos, que viendo lo que hay por ahí, es una residencia de 5 estrellas, no sólo por la limpieza que hay en ella sino también por la forma en la que están los ancianos de limpios y aseados. Desde aquí mi agradecimiento a esas abnegadas mujeres que hacen más llevaderos los últimos años de los ancianos y son una gran ayuda para las familias.

Y el pensar tanto en eso ha sido porque puede ser que llevada por los recuerdos del pasado, es posible que me haya portado no tan bien como debiera.

Se llamaba Juana. Nació después de fallecer mi abuela, su madre, a la que le practicaron una cesárea porque ella estaba viva. La niña nació totalmente amoratada y pasó los 9 primeros años de su vida en la Maternidad de Barcelona. Era la séptima hija del matrimonio y la mayor tenía en ese momento 15 años. Mi abuelo era guardia civil de fronteras y estaba en ese momento en la comandancia de Badalona, y pensó que allí la cuidarían mejor. Dos años más tarde falleció él y salvo las dos mayores, los demás fueron al colegio de huérfanos de la guardia civil hasta la mayoría de edad y ella estuvo en la maternidad hasta que se casó mi madre, que la llevó a nuestra casa.

Ahora lo pienso fríamente y creo que el que a mí no me quisiera ni de lejos como a mi hermano, debió ser porque cuando yo nací, ella había sido hasta ese momento la artista invitada y yo llegué a estropearlo todo. Mi madre tuvo unas fiebres puerperales que la destrozaron bastante porque estuvo más de 8 meses con ellas y, según decían los médicos, la hicieron enfermar del corazón. Por eso ella tuvo que ir algún tiempo a casa de una de las mayores y allí había dos niños más y no se fue muy contenta.

Pasado un tiempo, volvió a nuestra casa y de allí ya no se marchó nunca. Ella también estaba enferma del corazón con una tetralogía de fallot, y por eso mantenía el color amoratado con el que había nacido, el cual no desapareció hasta que en el año 74 un cardiólogo de Zaragoza, ante una crisis de su enfermedad, y a pesar de que no se había realizado esa operación en pacientes adultos por el gran riesgo de muerte, se decidió a hacerla como último recurso. Ni que decir tiene que la operación fue un éxito porque ha vivido hasta los 83 años.

Mi madre tenía una obsesión, me decía que yo tenía que saber llevar una casa para que el día que se muriese ella, Juana se marchase de nuestra casa. Lo que yo dijese al respecto no sirvió para nada porque a los dos años de morir mi madre mi padre y ella se casaron. La guerra contra mí arreció y no fue demasiado fácil para mí aguantar allí y me casé demasiado joven para salir de allí.

Después, al nacer mis hijos, aunque a mí seguía sin quererme, a ellos los quería con locura y eso me hizo olvidar cosas pasadas. Al venirnos a vivir a Barcelona mi padre decía que se iban a quedar muy solos, y al buscar la casa intenté que fuese lo bastante grande para que se vinieran con nosotros. No pudo ser. Al mes de estar con nosotros ya me había enfrentado con el resto de la familia de mi madre a saber con que historias. A pesar de eso, cada año a últimos de octubre íbamos a buscarlos y se marchaban cuando había pasado el invierno. Cuando mi padre murió en el año 88 yo seguí yendo a por ella en las mismas fechas, y seguramente en mi casa hubiera muerto si no hubiera hecho algo que a mi me dejó bien claro que nunca me querría, hiciese lo que hiciese.

La última vez que estuvo fue desde el 1 de noviembre del 2001 hasta abril del 2002. Veía poco por las cataratas y conseguí que la operaran en Zaragoza en marzo. Tuvimos que ir dos veces a Zaragoza para prepararla y cuando lo hicieron estuve en el hospital con ella una semana, porque al tomar anticoagulantes, había que estabilizarla. Cuando le dieron el alta mi esposo vino a buscarnos para volver a Barcelona porque yo pensaba que era pronto y ella se empeñó en ir al pueblo. Fuimos al pueblo contra viento y marea y allí me estuve con ella 10 días más hasta dejarla bien. No habría pasado ni un cuarto de hora desde que nos habíamos marchado, cuando llamó a mi hermano a Madrid a un teléfono que había cogido de mi agenda porque ella ni siquiera sabía dónde estaba, y le dijo que la había dejado sola y que no se encontraba bien. A Barcelona no se quiso venir, pero hizo que mi hermano la fuese a buscar porque estaba indefensa y se fue a Madrid. Y allí siguió más de lo mismo, criticándome a saber por qué contando mil y una historias y diciendo que antes de volver a mi casa, prefería ir a una residencia.

Pasó lo que tenía que pasar, que en cuanto se cansó de estar allí empezó a hacer lo mismo que había hecho siempre en mi casa cuando se cansaba de estar, pero además de eso le pilló manía a la niña de ellos porque cuando se iban sus padres era la encargada de que se tomase las medicinas y se las dejaban justas, ya que si las gobernaba ella no se acordaba de si las había tomado y las repetía. Un día se empeñó en que la niña le diera los tubos porque una cría no tenía por qué gobernarla a ella, y cuando llegó mi hermano, la niña estaba aterrorizada porque Juana llevaba un cuchillo y la amenazaba con que se iba a matar y ella sería la culpable. Mi hermano la llevó al pueblo y le dijo que nunca más le iba a hacer algo así y no volvería a su casa.

Yo estaba muy dolida y mi esposo, que el último año que ya no se encontraba bien, me dijo que si yo quería traerla de nuevo, él se marcharía a Zaragoza a casa de sus hermanas mientras ella estuviese en casa y la verdad es que yo estaba enfadada y mucho, y que mi esposo no se encontraba bien era cierto porque murió al año siguiente.

Fueron mis hijas mayores las que buscaron la residencia de Calatayud, y allí es donde ha muerto. Mis hijas decían que tenía demencia senil y era verdad porque cuando íbamos a verla poco a poco se apoderó de ella el alzheimer y no nos conocía y en los últimos tiempos ni hablaba. Cuando avisaron de que se encontraba mal, fuimos a verla todos. Daba auténtica pena, estaba como una pasa y se me cayó el alma al suelo al verla con una sonda en la nariz por la que a partir de ese día iba a alimentarse y le pedí a Dios de todo corazón que se la llevara para que no sufriese más.

Juana siempre decía que quería que la enterraran con mis padres y cuando lo decía yo pensaba que eso no lo iba a conseguir nunca, que la enterraríamos aparte. Y así hubiera sido sino hubiese sucedido algo cuando llamaron diciendo que estaba muy grave. Yo estaba en Lanzarote y no podía llegar tan rápido y en los primeros momentos estuvo con ella mi hija pequeña que era la más cercana. Al día siguiente desde Barcelona fue otra de mis hijas y fue con ella una amiga, Carmen, que todos hemos dicho que se parecía muchísimo a mi madre. A mis hijas ni las conocía, ni las había mirado, y sin embargo, miró a Carmen, y le agarró la mano y no se la soltó hasta que se quedó dormida. Eso me hizo pensar que seguramente al verla pensó que era mi madre y seguro que mentalmente se puso en paz con ella. Y si ella pidió perdón a mi madre y murió en paz, ¿quién soy yo para juzgar y no perdonar?
Los tres están enterrados juntos, si no hice bien, que mi madre me perdone.