miércoles, 30 de julio de 2008

Más recuerdos

Otros de mis recuerdos de muy pequeña está también asociado a algo que para mi debió ser extraordinario. En un país en guerra, lógicamente, no debía de haber mucha alegría. Ver que un día la gente cantaba y gritaba por las calles a mi me debió parecer algo inusual y el recuerdo se quedó en el registro de mi memoria por lo extraño y porque por primera vez vi los gigantes y los cabezudos del pueblo corriendo por las calles, cosa que me debió dar miedo, por la alegría que sentí cuando vi los que los tiraban al río.

Años más tarde, concretamente en 1946, nos examinamos un grupo de niños para hacer el ingreso de bachiller en el instituto de Calatayud y a pesar de todo lo que se esforzó nuestro profesor, suspendimos y todos teníamos que volvernos a presentar en septiembre. El buen hombre cogió un cabreo de narices. Se informó en secretaría de las causas de tantos “No apto“ y todos habíamos fallado en lo mismo, en las preguntas de religión, que tenían que ser de acuerdo al catecismo editado en 1945.

Antes de volver al pueblo compró 12 catecismos y nos los repartió. Nos dijo que quería que los aprendiéramos de punta a punta con preguntas y respuestas, que en su debido momento, él nos iba a examinar.

Su cabreo estaba muy justificado porque todos habíamos hecho la primera comunión el año anterior y nos preguntó si habíamos aprendido bien el catecismo, y le dijimos que sí. El no volvió a insistir confiando en nosotros y pasó lo que pasó. Imagino que a él no le iban demasiado esas cosas porque había sido catedrático de Historia en la Universidad de Valladolid, y por sus ideas políticas, según rumores del pueblo, le rebajaron su categoría a maestro de escuela y lo trasladaron a un pueblo de Aragón de 1500 habitantes.

Estuvimos todo el verano yendo a clase pero nunca nos preguntaba nada del catecismo y comentábamos entre nosotros si lo había olvidado. Pues no lo había hecho. Un día llegó con un programa de las fiestas y nos dijo que del 14 al 17 de agosto, teníamos que estar en la escuela con el catecismo, de 5 a 7. Y en esas horas concretamente, según ponía el programa de las fiestas, saldrían para hacer el pasacalle los nuevos gigantes y cabezudos que habría comprado el Excelentísimo Ayuntamiento y todos habíamos hecho planes para esos días

Me vino a la memoria aquel día en que los habían tirado al río y cuando llegué a casa le pregunté a mi padre:

─ Papá, ¿cuándo y por qué tiraron los gigantes y los cabezudos al río? De aquellos casi no me acuerdo y este año no los voy a poder ver porque tenemos que dar el catecismo a la hora que salen.

Y mi padre contestó:

─ Como vas a acordarte de los cabezudos si los tiraron al río el día que acabó la guerra.

Y le volví a insistir para que me dijera la fecha, que resultó ser el 1 de abril, Día de la Victoria como ponía un cartel que había en la escuela.
Solamente esos dos momentos recuerdo de la guerra, y los dos por motivos que debí catalogar como anormales. Querer mantenerme despierta porque lo normal era que me fuese a dormir pronto, y por la impresión de ver de un pueblo lleno de gentes alegres que cantaban y corrían por las calles, cuando lo normal era que estuviesen tristes y el fin de fiesta con los cabezudos río abajo.

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