domingo, 3 de agosto de 2008

Mosen Angel y la catequesis

Cuando empezamos a ir a la catequesis las cosas cambiaron mucho. Mosen Ángel era tan buen hombre, que hizo más por los niños que todos los mayores juntos. La primera de todas, hacer la catequesis conjunta. Fomentó el compañerismo entre todos y la forma de enseñar era, explicar el evangelio y después preguntaba a un chico y a una chica y si uno de los dos fallaba, las risas se debían escuchar desde la calle. Así, sin querer, se estableció una competición entre chicos y chicas y he de reconocer que las chicas éramos bastante más listas. De esa forma tan simple consiguió que todos los chicos trabajaran unidos, olvidando las historias de los mayores, y las chicas lo mismo.

En aquellos tiempos se celebraba el «día de los caídos» y los niños íbamos con los maestros a misa. Después de acabar la misa había que salir a la calle y delante de una piedra de mármol que estaba pegada en una pared de la iglesia teníamos que rezar. Había una lista de nombres y debajo de ella ponía ─Caídos por Dios y por España ¡Presentes! ¡Viva Franco! ¡Arriba España!─.

Mosen Ángel, a los de la catequesis nos mandó quedarnos dentro del templo a organizar los bancos para la clase. Recordando lo que pasó después, tengo la seguridad de que lo hizo porque tenía bastante más conocimiento que los demás. Antes de empezar rezamos por los caídos, pero por todos. Además de los que ponía en la losa había otros muchos: los padres de Pepe y Pepito que eran vecinos míos, el tío de Mary, el padre de Marisa, el padre de Antoñico, un niño que siempre estaba triste, y bastantes más. Si recuerdo a esos es precisamente porque todos eran amigos míos.

Pepito vivía enfrente de mi casa y yo solía ir mucho a jugar con él, y aquel día al volver de la catequesis subí para contarles que habíamos rezado por su padre en la iglesia.

Pepito era el menor de 5 hermanos. Yo no sé si él sabía lo de su padre, pero si no lo sabía, nos enteramos a la vez. Su madre nos contó que una noche fueron unos hombres a buscarlo y ella pasó mucho miedo, y seguramente, debió ser por eso por lo que se puso de parto. Pepito nació sin estar su padre en casa. Todo el mundo le decía a la madre que no se preocupara, que no le harían nada porque él nada había hecho. Como era costumbre que las mujeres cuando daban a luz no salieran a la calle hasta que el niño no se hubiera bautizado, al tener tantos hijos ella tenía que salir y por eso habló con el párroco para bautizarlo aunque su padre no hubiera vuelto. Cuando la señora que fue la madrina y los hermanillos se marcharon, la madre se asomó el balcón para verlos ir. Al pasar por la puerta del café había hombres sentados y ella vio que se ponían de pie al paso el bautizo y se quitaron la boina en señal de respeto, como hacían si pasaba un entierro. En ese momento ella se dio cuenta de que lo habían matado y comenzó a chillar y a llorar.

De esa forma me enteré de algo de lo que había pasado. Esas historias para niños que tenían apenas nueve años eran bastante duras. Con esas y otras que íbamos averiguando, porque estábamos en la edad de preguntar, vivimos los niños que tuvimos la desgracia de nacer en aquellos años.

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