domingo, 3 de agosto de 2008

Aprendiendo vocabulario

Lo que se hacía en la escuela era simple rutina, sobre todo para las más pequeñas. Cuando ya estaba todo el mundo sentado, las mayores hacían las cuentas que la maestra ponía en la pizarra, y una vez acabadas, formábamos todas un semicírculo para rezar y cantar. Rezar lo hacían todas, pero lo de cantar ya era otra historia. El dichoso cántico era el «cara al sol», y de nuevo con la mano en alto. A veces alguna lloraba y no cantaba, y eso, para la mente de una cría pequeña no tenía sentido. Yo le preguntaba a mi madre que por qué lloraban y nunca me contestó, y durante algún tiempo, fue para mí un gran misterio.

Al finalizar salíamos al patio. También había dos, de chicos y chicas y tanto en el uno como en el otro solamente jugábamos juntos los más pequeños; los demás permanecían sentados junto a los muros sin hablar ni una palabra. Tampoco entendía eso porque yo estaba deseando salir para jugar. Y así fue pasando el tiempo y con él aumentando las cosas que no entendía.

La primera vez que escuché la palabra «fusilaron» la dijo Marisa y estaba llorando, concretamente dijo ─ A mi papá lo fusilaron. Me dio pena porque era de las pequeñas como yo, y no entendía qué era aquello y por qué lloraba. Le pregunté a Doña Angelines que quería decir esa palabra. Más o menos tendría 6 años. Me contestó que no preguntase tonterías y acabara pronto la muestra que me había puesto en el cuaderno. Debía ser de ideas fijas porque cuando llegué a casa se lo pregunté a mi padre, que no me aclaró nada, pero me dijo:

─Cuando hablen de esas cosas te vas y no escuchas.

Es muy fácil decir eso, pero difícil de entender cuando ves a una amiga llorar, así que decidí preguntarle directamente a ella. Marisa me contestó que a su papá lo fusilaron y ella no lo había conocido.

─Pero ¿por qué no lo has conocido? seguí preguntando.

─ ¿Eres tonta o qué? Porque lo mataron, me respondió.

De esa forma me enteré de que fusilar era matar.

Una forma triste de aprender vocabulario. Desde aquel día Marisa fue una de mis mejores amigas y si veía que no jugaba, me quedaba a su lado sentada en un rincón del patio. Hoy, desde la distancia que da el tiempo, tampoco entiendo por qué a una niña le explicaban eso en su casa. Yo nunca lo hubiera hecho, pero las cosas eran así y esas cosas nos iban restando alegría, a unos y a otros.

Y así, con niños tristes y aislados pasó nuestra primera infancia y así siguió hasta que empezamos a ir a la catequesis, pero esa vez, juntos los niños y las niñas que formábamos un grupo de 46.

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