jueves, 7 de agosto de 2008

Una alimentación sana y equilibrada

Toda la postguerra es una época para olvidar. Los comercios de «ultramarinos» de los pueblos estaban completamente vacíos; no vendían de nada, ni siquiera hilo para coser. Únicamente íbamos a ellos los días que tocaba el «racionamiento», que podía ser 200 g. de lentejas llenas de piedras, (había que pasarse un buen rato rebuscándolas antes de cocinar, labor que teníamos encomendados los más pequeños), 100 g. de una grasa asquerosa que si la ponían en la comida estaba peor que sin ella, a veces un pastilla de jabón y en fechas extraordinarias como las fiestas del pueblo o Navidad, daban azúcar negra sin refinar y una tableta de chocolate para los niños (que de chocolate tenía solamente el color porque parecía estar hecho de algarrobas), 50 g. de café, un cuarto de litro de aceite soja y arroz, éste también con las consiguientes piedras para fastidiar

En la panadería no había pastas, solamente el pan del racionamiento: un chusco de 200 gramos por persona. Un riquísimo pan integral de cereales varios (algo de trigo, avena y centeno con su correspondiente salvado).

En las carnicerías si había carne, pero se compraba poca. De los corderos vendían todo cada día, desde el sebo hasta las asaduras, pero en mi casa estofado o costillas solamente se comía algún domingo. En el verano cuando había vacaciones los críos íbamos a la cola del sebo. Por una peseta te daban un trocillo que no pesaría ni 50 g. Si comprabas chuletas de riñonada que ahora están llenitas de grasa, entonces no llevaban ni una gota porque el sebo se cotizaba bastante más caro que la carne, y la carne de la punta del pecho era la más buscada para el cocido porque tenía «sustancia» y ahora se tira.

En las pescaderías si que vendían pescado pero en mi casa sólo lo comprábamos alguna vez en invierno. Mi madre decía que el tren de mercancías que venía de Galicia tardaba casi 3 días en llegar y para comprarlo y no comerlo a gusto no había que gastar el dinero.

Lo que funcionaba era estraperlo, y todos éramos estraperlistas, gentes fuera de la ley a los que la guardia civil buscaba. La verdad es que si no hubiera sido por eso muchos días no hubiese habido nada para comer. No se como sería el estraperlo a gran escala con el que muchos se hicieron ricos y era el que tendrían que haber perseguido, pero el nuestro...

El estraperlo de las gentes normales era una forma de trueque. En mi casa lo hacíamos con el jabón. Teníamos jabón porque, además del sueldo, a los trabajadores de las fábricas cada semana les daban un paquete con varios pedazos. Dos veces al mes íbamos mi tía y yo a los dos pueblos más cercanos cargadas con nuestros canastos de mimbres con trozos de jabón de lavar y alguna pastilla de las de olor para el cuerpo, andando por caminos pedregosos, porque si íbamos en tren y te pillaba la guardia civil te lo quitaban todo y te ponían una multa y lo cambiábamos por huevos, judías, garbanzos, harina y patatas o algo maíz y cebada para las gallinas o el cerdo. Ellos no tenían más jabón que el del racionamiento, que rascaba como los demonios y quemaba la ropa y nosotros necesitábamos eso para comer.

También había quien se exponía y traía aceite del Bajo Aragón, que en aquellos tiempos lo vendían a 90 ptas. El hermano mayor de mi amigo Pepe, el que le mataron al padre, consiguió trabajo en la RENFE y como se le consideraba el cabeza de familia, todos tenían un kilométrico para viajar gratis. Por eso la madre iba a buscar aceite para ganar algo. Eran muchos y con un sueldo pequeño no se podía comer y comprar ropa y calzado para tantos hijos y varias veces la pillaron, se lo quitaron y le pusieron una multa.

No sé como serían los sueldos de los demás, pero el de mi padre, que era el contable de las dos fábricas del pueblo ganaba 900 ptas. Se compraba un litro y tenía que durar todo el mes.

Con todo eso no necesitábamos hacer régimen para adelgazar. Teníamos una comida la mar de sana y equilibrada.

Los desayunos se componían de un café con leche, (el café, cebada tostada) y leche súper descremada con un trocico de pan. Y digo descremada porque en el pueblo en aquellas fechas no habría ni cinco vacas y había leche para todos, así que debía de alargarla con agua.


Diariamente la comida solía ser cocido de garbanzos o de judías, para cambiar. Llevaba un poco de carne, morcillas, un hueso de espinazo y un trozo de tocino, porque la matanza del cerdo tenía que durar para todo el año. La sopa solía ser de rebanaditas de pan. Yo no conocí los fideos hasta el año 48 y fue porque venía «la fideera», una señora que iba por las casas y los hacía y luego se colgaban en unas cañas para que se secaran. La primera vez que los comí fue en la sopa.

Las meriendas eran lo mejor del día para mí y eso que solían ser inventos. Si había azúcar en el racionamiento, un poco de pan con aceite y azúcar, si no había aceite, pan con leche y azúcar porque el azúcar del racionamiento se reservaba para las meriendas. Algunos niños merendaban pan con vino y azúcar, pero en mi casa nunca había vino. Otras veces era pan con carne de membrillo hecha en casa, o pan con olivas negras en el invierno; y si había sucedáneo de chocolate, dos porciones se tenían que partir para tres, para mi hermano, para mi tía y para mí, y al principio siempre había peleas por el trozo más grande hasta que mi madre las solucionó haciendo que cada día cortara uno el chocolate. El que lo cortaba era el último en elegir y os aseguro que los trozos salían milimétricos. Y cuando estaban curados los jamones, que solía ser para el verano, merendábamos como los ricos, pan con jamón.

Las cenas durante muchos años fueron cualquier tipo de verdura con alguna patatilla, gachas hechas con harina de maíz, (asquerosas), sopas de ajo o boniatos cocidos cuando era el tiempo, como primer plato; de segundo una tortilla de patata con dos huevos para cinco personas, (con patatas asadas, no fritas) y morcillas cuando era el tiempo de la matanza. Si no había nada de segundo plato, comíamos un plato de pera o manzana cocida. Desde entonces yo no he comido ninguna mermelada y las odio porque me recuerdan las cenas entonces.

Los domingos y días festivos eran días «de comida de jotaۚ». Mi madre las llamaba así cuando hacía patatas fritas o empanadillas y gastaba aceite. Debía ser porque al ser maños, a lo bueno se le llama de jota.

¿Es o no es una buenísima alimentación sana y equilibrada?

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